martes, 7 de julio de 2009

Argentina, modelo para...

Por Eduardo Paveto
eduardopaveto@cara-o-cruz.com



Todo torna alrededor de la resolución de esta frase.
Sabemos ya que siempre será una tarea incompleta, que el fin de la historia no existe, no fue ni será.
¿Pero cuál de estas tareas será puesta en obra mañana? : armar o desarmar.

Se buscan muchas explicaciones de los resultados del 28 de junio último y en general pecan por parciales. Como se es parcial en las caracterizaciones a las que lleva una pregunta simple y vasta : ¿Qué es la Argentina? O una menos ontológica : ¿Cómo es la Argentina?

Es importante tomar posición en esto para proponer un proyecto. Y me parece que no puede entenderse esto si no se asume una complejidad de múltiples dicotomías.
Asumir esa realidad compleja, de contradicciones, no quiere decir querer incluirlas en la propuesta de un proyecto, sino saber resolverlas y sobrepasarlas. A veces, también, entender el anacronismo en que las cosas son tratadas.

Por ejemplo, en 1810 Morenismo y Junta Grande tiene cierto sentido.
Entre 1830 y 1852 Unitarios y Federales tiene otro sentido, que sería abusivo asociarlo al primero.
En 1860 Mitrismo y Caudillos Federales otro, todavía distinto a los citados antes.
Sin embargo Mitre separa Buenos Aires para tomar posesión de lo que Rosas centralizaba también para la provincia : la Aduana. Pero sabemos que no es lo mismo.
Y Urquiza fue el “federal” que estaba del otro lado de Mitre, y luego nos dimos cuenta de que era como Mitre (le era funcional, diríamos hoy), y que dio la espalda a los caudillos federales con silencio y traición.
O sea que algo constante se percibe : la integración o la desintegración, la solidaridad o el egoísmo.

Desde la guerra contra el Paraguay sabemos que no siempre se busca construir “un modelo alternativo” ya que destruir el de Solano López, su “mal ejemplo”, es un objetivo en sí para las oligaruías y para las potencias coloniales, Inglaterra a la cabeza.
Aquí otra paradoja. El universalimo liberal de los Mitres y Sarmientos contrasta con el “localismo caudillesco” de un Felipe Varela que resistió esta guerra en nombre de la Amistad y Unión de las Repúblicas Americanas.

En 1860, entonces, empieza un proceso de construcción de la Argentina liberal (porque no sólo se destruye si se puede consolidar un modelo dependiente, según las condiciones históricas). Esa que aniquiló indios (después de haberlo hecho con los caudillos federales) y dio impulso a sectores que constituirían nuestra primera clase media que se empleaba en el comercio exportador, bancos, transporte ferroviario y marítimo, seguros, etc. La Argentina de Roca que adoquinó la capital, puso luz de gas, dio cabida a ciertas élites provinciales y educó a sus empleados. Es la Argentina de 1880 a 1916, la Argentina del Centenario, “uno de los países más ricos del mundo”.

Esa Argentina construida desde la muerte y una superestructura ideológica que comulga con el liberalismo europeo, es la que hizo la ley Sáenz Peña, esa que algunos consideran como un pecado de orgullo, la culpa de todo lo que pasó después de 1912. Esa Argentina que en 1916 abrió el país a Yrigoyen, ese "hijo de mazorquero", pero también permitió, tres años después, la Semana Trágica, y a partir de 1930 la Década Infame.

La que no pudo impedir la larga y fecunda resurgencia del caudillismo con Perón, verdadero cataclismo para la Argentina del post-centenario, y que dejó profundas marcas hasta nuestros días, pero que se vengó duramente con la Revolucion Libertadora. Esa Argentina que vivió sin mucho trauma la construcción de un Partido Militar, que proscribiera a las mayorías, y considera todavía hoy como el más democrático el gobierno de Illía (volteado por aquel Partido Militar creado codo a codo con los Comandos Civiles clase-mediero, radical-socialista-cristiano).

Ya para esa época la Argentina profunda estaba tan lejos de la Argentina de superficie que sectores prohijados por el liberalismo ideológico de “la laica” empezaron a ver esta contradicción, pero no todos alcanzaban a ver las profundidades históricas que estaban en la entraña de esa impostura.

El Partido Militar, instrumento del país inigualitario y dependiente, tuvo miedo cuando los trabajadores y las clases medias, en 1973, abrieron una perspectiva de libertad e igualdad. Era ya una máquina imparable que decidió hacer con Argentina lo que hizo con Paraguay en 1865 : un genocidio.
El “progreso y la libertad” fue la bandera de la Organización Nacional en 1880, en 1976 fue refundar aquella época con el Proceso de Reorganización Nacional y el General Democrático Videla.

Tan falso era ese proyecto como fueron falsos la libertad y progreso de fines del siglo 19. Se trataba ya de destruir, de doblegar definitivamente la estructura social que sustentaba la potencialidad de un nuevo proyecto de justicia y unión americana, aquel de Moreno,Varela y Perón.

Estábamos groguis y de rodillas cuando trataron de darnos el tiro de gracia con Menem en medio del silencio de una estructura peronista que ya no constituía otra cosa que un anecdótico escenario.
El Partido Justicialista no tenia nada que ver con el Movimiento Peronista. Era como ese basural de José León Suárez donde se acribilló a la patria y se le dio un tiro de gracia a Julio Troxler.

Y como él, no pusimos la otra mejilla, heridos nos levantamos de entre toda esa basura y seguimos la lucha. Es ese casi milagro que se produjo en 2003 cuando Kirchner abrió de nuevo el camino para proseguir esa lucha.

Otra vez, pese a las vergüenzas de 1976 y 1995, silencio y bolsillo, los cimbronazos de la derrota en Malvinas y el corralito de 2001 despertaron, en su tiempo, grandes partes de esa clase media que se había dejado seducir fácilmente por quimeras de “Nuevo Centenario” o “Primer Mundo”. Otra vez la distancia entre la realidad y la impostura hacían difícil no tomar conciencia.

Pero es difícil.
No se puede repetir lo que pasó en 1973, donde el peso específico de la sociedad que heredamos de la década de oro peronista dio forma concreta a la participación de las clases medias. De la misma forma que en 1945 (y más en 1951), en 1973 la clase media veía una esperanza de mejoras en sus vidas. Y esa esperanza dio las fuerzas para que aquella otra Argentina del interior resurgiera (y permaneciera) esta vez como clase trabajadora socialmente estructurada para ser protagonista de su historia.

Esa estructura social está quebrada.
La construcción política será entonces diferente a aquellas de 1916, 1945 o 1973.
Deberá ser muy abarcadora. Sólo se avanza aglutinando a sectores amplios de la sociedad : sectores de trabajadores, de trabajadores precarizados, de gente marginada, de clases medias asalariadas y precarizadas y lo que pueda haber como empresarios nacionales que vean al consumo interno como una variable estratégica para la prosperidad de sus negocios.

La oportunidad para los sectores populares es real.
La coyuntura política actual presenta aspectos favorables : golpe a los sectores reaccionarios sobre el plano de los derechos humanos, propuesta de un modelo económico-social de desarrollo productivo y de redistribución, crisis del modelo liberal-financiero que permite actualizar el cruel balance del 2001 de esa experiencia en Argentina, la simultaneidad de procesos políticos populares en Latinoamérica, apertura política en EE. UU. con Obama, etc.

Pero hay actualmente una dificultad enorme para lograr la adhesión de vastos sectores de clase media.

Las razones son múltiples y diversas : desestructuración económica y social del país, dominio ideológico sin atenuantes del liberalismo económico desde la época reganiana, dominio estratégico de las corporaciones desde la caída del muro de Berlín, quiebre histórico de la construcción político-simbólica de los sectores populares, relevo de la estrategia de Partido Militar por la nueva estrategia mundial de Partido de los Medios Privados, etc.

La lucha se da sobre un plano ideológico-cultural y está llevada adelante de manera masiva por los medios : "inmoralidad de las autoridades", "corrupción en las estructuras populares", "autoritarismo".
Y por supuesto, todos estos mensajes están construidos a partir de verdades parciales : la imposibilidad de gobernar planteando conflictos en todos los planos y por ende dejar perdurar situaciones inmorales, corrupción de vastos sectores del aparato peronista (no necesariamente los más ligados a las bases, como se pretende decir) y por ende kirchnerista, tendencia de Néstor Kirchner a guardar el dominio de las decisiones para jugar a fondo con sus prácticas ultra-tacticistas.

Los destinatarios de estos mensajes de los medios de difusión son las clases medias, jugando a fondo con cierta “consonancia armónica” del fondo común de cultura liberal.

Hay que recuperar esas clases medias para el proyecto popular. Para ello debemos retomar el hilo histórico del que estuvimos hablando y también debemos aceptar parte del componente liberal de la sociedad Argentina.

Y en primer lugar tenemos que retomar contacto con todo el espectro progresista.

¿Quienes son los progresistas?

Son algunos de los hijos de esa Argentina violada y traicionada en Pavón, de esa Argentina liberal.
Son los que recibieron de la inmigración el socialismo y anarquismo europeo, que alimentó las primeras luchas obreras que “molestaron” la tranquilidad de la construcción oligárquica que se adormilaba tranquila después de las masacres sanmiertinas y el genocidio roquista.
Son los que quisieron transformar, a principios del siglo 20, la beneficencia en asistencialismo institucionalizado con leyes laborales y sociales.

Esa es parte de nuestra historia, como fue parte de la historia del peronismo que incluyó también a socialistas, comunistas, radicales y anarco-sindicalistas.

En el nuevo contexto histórico, no se trata de incorporarlos. Simplemente porque no tenemos ni el peso ni la dinámica para hacerlo. En el 45 y el 73 hablamos de “nacionalización” de los sectores medios, intelectuales o de cierta izquierda.

Hoy somos nosotros quienes debemos “fusionarnos” con ciertos valores liberales positivos o al menos compatibilizar la expresión de los mismos principios : honestidad, coherencia, programa, transparencia.

Son valores que la mayoría de nuestros militantes tienen : son honestos y luchan coherentemente desde hace años. Pero no valoramos mucho la transparencia, pensamos que “es mejor un malo capaz que un bueno tonto” y que no vale la pena andar haciendo planes abstractos porque “mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar”.

Hay grandes sectores de las clases medias que consideran estos valores importantes y el hecho que nosotros no los destaquemos o asumamos permite la elaboración del mensaje mediático que nos impide crecer hoy.

Pongamos adelante también esos valores. Hagamos una plataforma programática y construyamos el instrumento político del siglo 21 para un proyecto nacional, popular, democrático y progresista.

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