domingo, 14 de junio de 2009

Mirando el proyecto


Por Juan Carlos Manuel Montenegro


El proyecto kirchnerista topa con sus propios límites, su techo, cuanto a transformaciones estratégicas en la sociedad. Duró poco el romance con la clase media argentina, esa que no te perdona una y te hace pagar más de lo que se le debe, no reconoce jamás lo que se le otorgó, porque siempre pensará que fue solo esfuerzo individual puro, en todo caso, obligación de gobernantes. Ideología pendular si las hay, la de la clase media, que no es clase al fin, porque no piensa estratégicamente sino que actúa coyunturalmente.

Ayer voto-cuota, hoy voto-bronca, mañana voto en blanco, y así va por la vida, mirándose el ombligo, resentida contra los que tienen más y vengativa contra los que tienen menos. Fabricadora de iconos efímeros, compradora de iconos de consumo. Adoradora de la tarjeta de crédito y de la moneda verde.

Volvamos al kirchnerismo. Uno de sus límites es su débil voluntad para profundizar los cambios en algunos terrenos, desplazados al teatro del discurso, como compensación simbólica. Pero también es estructural su límite, por tanto determinante del anterior, al menos condicionante. La tibia recuperación de la industria nacional no alcanza para este modelo, sea quien fuere su conductor político. El nivel de pobreza e indigencia hoy en la argentina muestra a las claras que “el modelo” es imperfecto y no cierra, ni incluye a buena parte de la población nacional a mejores condiciones de vida. En síntesis, se habla más de la redistribución de la riqueza que lo que realmente se reparte. Eso es innegable.
De la debacle del 2001 a esta parte podría haber intentado más este gobierno. No pudo, no quiso, lo dejó para más tarde.

No obstante, el tratamiento de los recursos naturales que posee la argentina forman parte actualmente de las resacas del modelo neoliberal, herencia del pelado Cavallo, tanto con Menem como con la Alianza. Es que allí encontró su nicho para cultivar larvas. Mientras, el proyecto de retenciones a la renta extraordinaria de los exportadores agrarios, la política de derechos humanos, el proyecto de desconcentrar la actividad comunicacional, la estatización de las AFJP, entre otras acciones, representan avances inesperados hace 8 años atrás y que le dan aire y esperanza a la sociedad.
Ello también es innegable, muchos argentinos, especialmente la clase media, a no ser que blanquee posiciones y diga “estoy en contra de toda retención a rentas extraordinarias, no quiero que juzguen a los violadores de los derechos humanos de la dictadura, me parece bárbaro que siga la concentración en los medios, etc., etc.”. Muchos críticos deberían esclarecer esas posiciones, por izquierda y por derecha, sin más…para no andar con boludeces de forma o deformes.

Es cierto que hay claroscuros. Por supuesto que hubo errores, ceguera y crispación oficial. Pero ello no implica sumarse al coro de la derecha implícita que va por la venganza –la derecha explícita ya no cuenta- porque será terrible el retroceso. Hay que poner blanco sobre negro. O se profundizan los cambios iniciados en un sentido más popular y nacional, o retrocederemos varios años. O pensamos un país inclusivo para los más de 40 millones de argentinos o nos quedamos en el amague: por izquierda, denunciando verdades ilustradas, o por derecha, reclamando libertad de mercado y pena de muerte a los pobres.
El discurso de “lo institucional” en sí mismo es una mentira, de seudo intelectuales colonizados de la pequeña burguesía ombliguista que habita en los medios, las universidades y en varios partidos políticos, auto-considerados progresistas. Bregar por “las formas” en un país que nació deforme es, cuanto menos, querer vivir en Francia y no bancarse ser tercermundista.

El capitalismo nunca homogeneiza, más bien nos da un rol en el reparto de la riqueza mundial, por supuesto marginal. Francia es Francia gracias a Argelia, Senegal, Marruecos, Costa de Marfil, entre otras colonias de un vasto imperio que estranguló por décadas a la periferia del capitalismo central. No seremos ingleses, mucho menos norteamericanos. Somos y seremos, nada más que argentinos. Y de aquí es de donde debemos mirarnos, para cambiarnos los pañales, al menos en cada elección. Desde nuestro lugar en el mundo, junto a nuestros pares, nos haremos fuertes para enfrentar en bloque la desigualdad mundial, que se nos caga de risa y no nos pasa bola.
El mosaico social del país es bien particular. Los nuevos negocios de la burguesía transnacional se desplazaron y complementaron, de la bicicleta financiera a la rentabilidad sojera en el agro, y a la explotación de los recursos naturales.

El kirchnerismo quiso avanzar sobre los primeros e hizo la vista gorda sobre los últimos. El capital, y los cipayos de turno, se sabe, no tiene patria ni bandera. En todo caso su patria será siempre la que otorga beneficios de rentabilidad al capital timbero. Lo demás es puro cuento. Y si no es el Estado quien fija reglas de redistribución de esas jugosas ganancias, aquellas las fijará el propio mercado concentrado de intereses en cuestión, es decir, se impondrá por selección natural, la ley del más fuerte, como pasó, con los Alsogaray, los Martinez de Hoz y los Cavallos. Y como no hay “Estado neutral”, siempre este estará presente, sea para jugar a favor de las minorías o para inyectar políticas inclusivas para las mayorías.

Aquí “el fuerte” tiene que ser el Estado, y no grupos concentrados que le impongan al mismo reglas moldeadas para sus intereses. A ese cuento ya lo escuchamos, a esa película ya la vimos. Entonces ¿Queremos retroceder? ¿Porqué cuando reclaman los empresarios de la UIA o del campo, es legítimo?, ¿Porque lo hacen por el bien de la producción? ¿Porqué si el reclamo lo hace la CGT o la CTA, por aumentar el alicaído salario de los trabajadores argentinos, es un apriete de gordos mafiosos que quieren llenarse los bolsillos? ¿Cómo es la cosa?

No hay una oposición que trine por profundizar los cambios. Por el contrario, quienes hoy se plantean disputarle el poder al kirchnerismo nacional, desde el oportunismo electoral, se hacen eco de los reclamos más retrógrados: cero retenciones al agro, dejar el pasado pisado en materia de derechos humanos, pensar en Latinoamérica desde alianzas liberales con países como Colombia y México. A ello debemos sumarle ciertos reclamos culturales muy ligados a la presión de la iglesia en materia de despenalización del consumo de drogas, legalización del aborto, salud reproductiva, entre otros.

No debemos quedarnos en las formas y en los nombres. Lo que importa es el proceso iniciado a pesar de los políticos profesionales y por la lucha nacional y popular. De la rebelión popular a la organización social y política, para vencer al tiempo. El 28 de junio, gane quien gane, exigirá un superador acuerdo nacional, pero recordemos que este jamas se dara con la derecha.

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